lunes, 5 de noviembre de 2012

Una hoja de ruta para la hiperactividad


El reto es complicado porque la fronteras no son claras. No es lo mismo un niño 'movido' que un niño hiperactivo; tampoco es lo mismo un niño vago o despistado que uno con déficit de atención. Y esa estrecha frontera es la que, en ocasiones, hace que se caiga en la generalización y se encasille a unos y otros en el mismo saco.
El error es de bulto. Lo dicen, no con esas palabras pero sí con ese significado, desde la Asociación Riojana de Padres de Niños Hiperactivos (Arpanih). Y es de bulto porque un incorrecto diagnóstico (o tardío) hace que manejar ciertas situaciones y asegurar su formación sea casi imposible.
Elena Díez y Josefina Rodríguez, psicóloga
y presidenta de Arpanih,
Por eso, el protocolo de intervención educativa elaborado por la Consejería de Educación con el apoyo de Arpanih se convierte en una herramienta de trabajo fundamental. «Es una guía de actuaciones que pretende unificar criterios sobre qué respuesta hay que dar a cada uno de los niños. Cómo intervenir y cómo detectar el problema en las aulas», explica Josefina Rodríguez, presidenta de Arpanih.
Coincide con Elena Díez, psicóloga de la asociación, en el importante papel que juegan los docentes en la detección del problema: «Al final», explican, «ellos están muchas horas con los niños, les ven en diferentes situaciones» y, concluyen, si están formados tienen muchos elementos para detectar el problema.
Bajo las siglas TDAH se esconde un trastorno por déficit de atención que puede manifestarse con o sin hiperactividad y que, de origen neurobiológico, se manifiesta con falta de atención y concentración, impulsividad e hiperactividad motriz excesiva. Sin estadísticas fiables, las cuentas que hacen desde Arpanih son llamativas: «Según los datos de prevalencia se estima que hay dos alumnos por aula con el problema».
Incertidumbre familiar
El problema es «el desconocimiento» que existe sobre el TDAH, explican, mientras la presidenta, madre de un hijo hiperactivo, recuerda las dificultades a que se enfrentan las familias. «No sabes lo que ocurre y vives en una incertidumbre constante». Esas dudas llevan al desgaste familiar, a la renuncia a asistir a actos sociales e incluso a comentarios ofensivos de terceras personas que achacan el problema a «la falta de atención de los padres». «Eso no es así», puntualizan.
Entre todas esas batallas, la de sensibilizar al docente es básica. «Si el profesor es consciente de lo que hay, la formación y la integración del niño mejorará», dicen. Por eso consideran que «deberían estar enmarcados dentro del colectivo de niños con necesidades específicas de apoyo educativo». Una inclusión que, entienden, «mejoraría su atención».
Y es que, insisten, «su capacidad intelectual no está afectada. Simplemente tienen una dificultad a la hora de hacer determinadas tareas. Necesitan rutinas, estrategias que seguir». Una metodología que no implica grandes trastornos y que sí permitirá explotar su potencial.
Por eso la guía se articula como un punto y aparte dentro de su atención en las aulas. Pero desde la asociación quieren más: «Lo ideal sería un protocolo coordinado entre Salud y Educación», dicen en un envite al Ejecutivo regional.

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